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Última tanda

Autor/a: Daniel Rezk

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El salón va quedando vacío. Una mezcla de pereza, spleen y rebeldía por tener que abandonar el Paraíso va invadiendo hasta el último rincón. Los últimos milongueros y las diosas rezagadas, como no pueden detener el tiempo, apuran los tangos finales demorando la partida, bailando hasta el último compás. Los bailan como apretándolos a sus pechos para llevárselos con ellos. Se llevarán, como efímeros tesoros, el perfume de los otros y el calor de los abrazos. Mañana -tal vez- lamentarán la palabra no dicha y la oportunidad perdida, o -lo que es peor- la palabra de más y el gesto equivocado que frustró para siempre la conquista durante tanto tiempo elaborada. Pero ésta es la última tanda y hay que bailarla. A esa hora la pista es especial: como si el duro trajinar de mil parejas la hubiese domado, se ha vuelto blanda y querendona. Nos abraza, nos arrulla, nos malcría, y las parejas -como niños en extremo consentidos- se olvidan de códigos y correctas circulaciones y la recorren a su antojo. El inédito espacio lo permite. Disfrutan del dulce privilegio del que pudo y supo esperar... Debajo de las mesas hay un par de zapatos olvidados, un papel con un número de teléfono garabateado y un paquete de pastillas a medio terminar. Allá -en el fondo- un galán solitario interrumpe el bostezo de una moza llamándola para pagar el último café.


Fuente: Cortesía de Daniel Rezk


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