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Cuestión de Honor

Autor/a: Angel Mario Herreros

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El Ñato Cernadas jamás olvidará esta noche del cincuenta. El silencio de la calle solitaria alterado por el ruido de sus pies, y los del Ronco, corriendo por el adoquinado húmedo, y sobre todo sonido el latido de su propio corazón desbocado, como un timbal, y el jadeo sibilante de su compañero. Frenan en seco, escuchan un pito de ronda, justo frente a ellos, otros le responden, el llamado viene de los cuatro puntos cardinales. Están rodeados, seguramente la cana descubrió el Packard enrollado en un poste, a tres cuadras de allí. El asalto a la recaudadora de caudales resultó un desastre. Sobre la vereda quedó Barone con un tiro en el entrecejo, junto al bolso con el botín. Tanto laburo para nada. Los fugitivos otean en todas direcciones, buscando un refugio. Entonces ven el frente iluminado del club barrial. En un santiamén están en la entrada. Tras las puertas batientes suena, nítida, la orquesta de Ángel D´Agostino. Hoy es día de milonga. Finalmente San Cayetano, cuya estampita jamás falta en la casimba del Ronco, les está dando una mano. Se entienden sin decir palabra, ojalá la concurrencia sea numerosa, así podrán confundirse con los asistentes. Respiran profundo y entran al bailongo poniendo cara de otarios. Se abren al momento, ahora son perfectos desconocidos. El Ronco se queda cerca de la puerta, indeciso, pero Cernadas, milonguero de ley, no puede con su genio y saca a bailar, casi imperativamente, a una morochaza cuya intuición le dice debe ser buena bailarina, los habitués contemplan, escandalizados, ¡indignados!, cómo este desconocido se atreve con la casi inaccesible Felisa. El Ñato comprende que eligió bien y en segundos se olvida de todo, del asalto frustrado; de Barone enfriándose a veinte cuadras con un diario sobre la cara; de la yuta buscándolo, quizás a metros de allí; de la necesidad de esconderse, tan sólo su compañera... y él. Un tango, otro, en medio de un giro ve al Ronco haciendo gestos desesperados, señala hacia la puerta. ¡Rajemos, la poli viene para acá! Pero está sonando Café Domínguez... y Cernadas decide que dos minutos con esa música, con esa compañera, valen más, mucho más que diez años en Devoto, y se entrega al sentimiento, a la magia. Al finalizar la tanda se produce un revuelo. Aparece en tropel una docena de policías enfundados en azul. Dicen que vienen tras dos peligrosos delincuentes en fuga. Hacen formar a los hombres contra una de las paredes del salón, el mayorengo señala al Ñato, sus señas coinciden con las de uno de los fugitivos, el otro debe haber burlado la encerrona. Pero justo antes de que las esposas se cierren sobre las muñecas del detenido, se produce lo inimaginable. Un parroquiano se adelanta y con voz firme exclama: ¡Suéltelo, amigo, este hombre no es el que busca, está aquí desde el comienzo de la reunión, hace más de dos horas! Y mientras habla piensa que un varón con ese coraje, con tamaña sangre fría, con esa categoría para bailar, no merece ir a dar con sus huesos en prisión. El sargento interroga al resto de la concurrencia, que corrobora los dichos del primero, y Cernadas queda en libertad. Esta noche, en el Unidos de La Paternal, sucedió un prodigio: el encono se transformó, sencillamente, en respeto.


Fuente: www.facebook.com/angelmario.herreros


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