Clases de tango antes del amanecer
Autor/a: Ricardo Juan BenĂtez

A esa hora incierta, mientras el sol se hundĂa más allá de las negras aguas del riacho, el puente mostraba aĂşn sus costillas herrumbradas y el muelle de madera se sumĂa entre las yermas barcas, la bruma y las hierbas malas. El "viejo" Almada pitaba un cigarrillo negro, que era su placer y su condena. HabĂa sabido ser, en sus años mozos, un cantor más que aceptable, pero aquel vicio arruinĂł su carrera con una tos asmática persistente. AsĂ es que ahora despuntaba su otro vicio, el tango, bailando en un cafetĂn sobre la calle Necochea. Incluso se ganaba algunos pesos con sus clases de tango. Siempre caĂa alguna gringa, con euros de sobra, para bailar un par de piezas con el "maestro". El "viejo" se preguntaba "Âżcuántas almas sin ventura habrán teñido estas estigias aguas?". Almada lo ignoraba, pero antes de despuntar el alba obtendrĂa algo parecido a una respuesta. "¡La pucha! ¡Ya es hora!" El "viejo" dejĂł el atalaya con su andar cansino que no dejaba vislumbrar lo ágil y elegante que era en una pista de baile. —¿CĂłmo anda, Don Almada? —lo saludĂł el custodio. —Bien, Vega Âży usted? El saludo era un tanto anacrĂłnico, asĂ como la tanguerĂa, que parecĂa del siglo pasado. Era una construcciĂłn con estilo colonial, blanqueada a la cal, con un patio al aire libre, varias macetas de terracota con begonias y azucenas, un salĂłn bailable rodeado por mesas de mármol con pie de metal y una barra de estaño y madera. El salĂłn estaba casi desierto, excepto por "el pibe", acodado en la barra. Era un mocoso que bailaba bastante bien para los cánones rĂgidos que manejaba Almada, pero que siempre buscaba polĂ©mica sobre lo que Ă©l solĂa llamar "las nuevas tendencias". —Mire, "pibe", usted podrá usar cualquier argumento —empezĂł el "viejo" una discusiĂłn—, pero los que bailamos tango desde antes de la "gran crisis" vemos una deformaciĂłn en el tango danza, ese tango que se baila erguido y con elegancia; no hablo del tango orillero, donde los danzarines bailan agazapados y de manera burda. En el tango danza, durante la "crisis", los nuevos milongueros adoptaron una forma de baile que no admite el respeto al compás; en esta mutaciĂłn el hombre sale con el pie derecho hacia atrás, hace cinco pasos y junta los pies en el quinto; luego se continĂşa con tres pasos, juntando en el tercero, Âżme sigue, "pibe"? —SĂ "maestro"… —El compás del tango es cuatro por ocho, o sea, cuatro tiempos en corcheas de cada compás, por eso se ha bailado en cuatro pasos juntando los pies en el cuarto, asĂ es muy fácil llevar el compás, porque se pisa cada uno de los compases con un nuevo paso. Con ese nĂşcleo básico, de cuatro pasos, usted se desplaza, camina y baila respetando los tiempos. —No veo la diferencia —dijo "el pibe". —Cuándo el bailarĂn es hábil, busca el primer tiempo del compás con su pie izquierdo, asĂ no sĂłlo marca los tiempos sino que, además, realiza los cuatro pasos básicos dentro del compás. Esto queda en evidencia cuándo finaliza la pieza, en la Ăşltima juntada de pies, o sea, en el "cierre". En ese otro estilo poco ortodoxo, "la salida", es imposible respetar el compás. Se podrĂa realizar dentro de la danza como una figura más del repertorio, pero a sabiendas que en algĂşn momento se tendrá un problema con el compás y en consecuencia con el "cierre" —sentenciĂł el "viejo" en un tono que no admitĂa replicas. El muchacho pareciĂł que iba a seguir disputando, pero prefiriĂł dar por terminada la conversaciĂłn con un leve encogimiento de hombros y un saludo cortĂ©s. —Don Almada, esa muchacha es la segunda vez que lo viene a buscar —dijo el barman, mientras señalaba hacia la puerta. La joven vestĂa traje de noche escotado en seda negra y zapatos de baile con taco aguja. Su piel tenĂa una blancura como de reflejos de luna y una lacia cabellera azabache. —Señorita, Âżusted me estaba buscando? —SĂ, "maestro" Almada, desde hace algĂşn tiempo que lo busco —susurrĂł. —Usted dirá —luego agregĂł Almada—, Âżseñorita...? —Nicte, me llamo Nicte —respondió—. Quisiera bailar una pieza con usted. El viejo bailarĂn la tomĂł por la cintura y con su mano derecha sujetĂł la de ella. Pudo apreciar que, en sus pupilas de gata, agonizaban ocasos. Luego sintiĂł un escalofrĂo en el preciso instante en que la mĂşsica comenzaba. Era una grabaciĂłn de la orquesta tĂpica de Carlos Di Sarli: "En un beso la vida". —Almada, Âżvos sabĂ©s quien soy? ÂżVerdad? —SĂ, piba —dijo el viejo resignado—, pero Âżpor quĂ© esta noche? —Porque todo tiene su hora, Almada —sonriĂł gĂ©lida—. Vos sabĂ©s que no es la primera vez que estamos cara a cara… El cuerpo de ella pegado al suyo le daba un frĂo irreal. Dio un giro y siguiĂł el compás con elegancia. Imperturbable. —Almada —volviĂł a mostrar su dentadura perfecta— ÂżMe estás queriendo conquistar? —Estás muy linda esta noche, piba —murmurĂł el anciano. —¿Y? —Necesito más tiempo, nena… La deslizĂł hasta el centro de la pista y dibujaron un "ocho". Él apoyĂł su dedo Ăndice sobre el centro de su espalda y lo bajĂł lentamente hasta la cintura. Con el medio y el anular le marcĂł la prĂłxima figura: "la media luna". —Almada, no te queda más tiempo —musitĂł al oĂdo del "viejo"—. ÂżPara quĂ© querĂ©s más tiempo? ÂżCuánto más? ÂżUna semana o diez años? ÂżPodĂ©s arreglar todas las macanas que hiciste durante 65 años con ese poco más de tiempo? —VenĂ, vamos a la mesa —apremiĂł el bailarĂn—, vamos a tomar una copa, ÂżquerĂ©s champagne? —Para mĂ cualquier cosa está bien, yo sĂ© que a vos te gusta el vino tinto. El "viejo" llamĂł al mozo. —Ricardo, alcanzá un tinto y dos copas. —¿Tres cuartos selecciĂłn de la casa? —¡No! La miseria llama a la miseria, Ricardo. Mejor un buen vino reserva tinto mendocino —la mirĂł a ella de soslayo—, tenemos algo para celebrar. El mozo se retirĂł con cara de perplejidad a cumplir con el pedido y regresĂł presto. —SĂrvase, Don Almada, haga los honores. Mientras el "viejo" degustaba la bebida, le preguntĂł: —A propĂłsito, Ricardo, ÂżcĂłmo está tu esposa? —Mal, está internada —su rostro se ensombreció—, tuvo perdidas y corre peligro de perder el embarazo, está muy dĂ©bil… —Bueno, si necesitas algo, cualquier cosa, vos sabĂ©s… —No, está bien, Don Almada. Ella se lo quedĂł viendo con aire de sorna. —¡Vaya! ¡Vaya! Almada, casi parecĂ©s un ser humano. —No te entiendo. —¿No entendĂ©s? ÂżQuerĂ©s saber por que te vine a buscar esta noche? —preguntĂł fieramente—, Âżsupiste algo de Aurora desde que la abandonaste? —No, nunca más aparecĂ por ahĂ, nunca más la vi… —¡Aja! Bue… se vino conmigo hará como diez años. Almada quedĂł en silencio. La congoja se dibujĂł en su rostro. —¿Y de tu hija? ÂżSupiste algo? —No, tampoco. —¿De tus nietos? ÂżNada? El "viejo" abriĂł los ojos asombrado. —¡Almada! La personas se enamoran, se casan, tienen hijos, forman familias —le dijo burlona—, hace poco los visitĂ©. Un horror inconmensurable helĂł las vĂsceras del anciano. No pudo articular palabra. —Tranquilo, "viejo", tranquilo. SĂłlo iba de pasada, todavĂa les queda muchĂsima vida por delante —volviĂł a sonreĂr—. ¡Me seguĂs asombrando! Realmente tenĂ©s rasgos que parecen humanos. —Nicte, escuchame, yo no quise que las cosas salieran asà —suplicĂł. —¿Estás creĂdo que con tus dulces ojos celestes de ancianito inofensivo me vas a embaucar? ¡Ni en joda! Yo se quiĂ©n sos vos. Las trapisondas a las que sos tan afecto, incluso me diste algĂşn que otro trabajo, de vez en cuando Âżte acordás? —Será verdad, nomás, lo que decĂan en la Antigua Grecia —dijo con amargura—, que asĂ como la noche es engendrada por el caos, ella a su vez es la madre del destino, del sarcasmo, de la angustia… —La vejez, la muerte y la venganza entre otros temas menores —cerrĂł ella. El "viejo" tragĂł un sorbo de vino y se aclarĂł la garganta. —Piba, me podrĂas dar una oportunidad; si pudiera ver la luz del alba, intuyo, estarĂa a salvo algĂşn tiempo más. —¿Y quĂ© querĂ©s hacer mientras clarea? —Bailar otro tango o hacerte el amor. —Almada, vos sabĂ©s que yo no le hago el amor a nadie —le dedicĂł una frĂa mirada—, pero podemos hacer un trato. —¿SĂ? —se ilusionĂł el anciano. —Vamos a bailar un Ăşltimo tango, el mejor que me hayan hecho bailar jamás —hizo una breve pausa—. Si fuera asĂ quedás en libertad de ver tu nuevo amanecer. Pero si no… —¡Trato hecho! —Almada, ¡no tanto apuro! —dilatĂł el silencio—. Vos sabĂ©s que yo no viajo en vano; si no venĂs vos me tengo que llevar a otro en tu lugar, Âżde acuerdo? —¡De acuerdo! —se apresurĂł Almada. —¿No tenĂ©s curiosidad por saber quiĂ©n va a pagar tu cuenta? El "viejo" enmudeciĂł. Le importaba un comino quiĂ©n iba a dejar la piel por Ă©l. —Mirá a la barra —ella parecĂa disfrutar—. ÂżLo ves a Ricardo? Él mirĂł sin demasiado interĂ©s, si Ricardo tenĂa que irse en su lugar no podĂa decir que lo sintiera demasiado. —Creo que es un intercambio justo —riĂł Nicte—, dos vidas inocentes por un viejo delincuente. El "viejo" Almada entendiĂł: la esposa de Ricardo y el bebĂ© que estaba por parir. —¿Bailamos? —invitĂł sarcástica. El bailarĂn se parĂł, posĂł su mano izquierda en la cintura de ella y marcĂł la figura con los dedos. Con el pie izquierdo buscĂł el primer compás, sapiente caminĂł cuatro pasos y juntĂł los pies. Ella parecĂa ingrávida en su engañosa docilidad. —Si me equivoco ,ÂżquĂ© pasa? —balbuciĂł al oĂdo de Nicte. —Vamos al muelle de madera abandonado, ahĂ te espera un barquero sin rostro, te va cruzar a la otra orilla… —¿Y despuĂ©s? —¡Almada! ÂżNo querĂ©s alguna de sorpresita?—Nicte reĂa—. Supongo que debe estar bueno, ninguno de los que fue quiso, o pudo, volver. El "viejo" realizĂł dos figuras: un "boleo" seguido por una "barrida". Sin mácula. Luego de la Ăşltima juntada, saliĂł con el pie derecho hacia atrás. Hizo cinco pasos y juntĂł en el quinto. Dio otros tres pasos. Ahora hicieron una "media luna" para llegar al "cierre". —Almada, entraste a destiempo en el "cierre" —dijo sombrĂa. —¿Me esperás, piba? quisiera un Ăşltimo trago. —Claro, tengo una perpetua noche para entender quĂ© es la redenciĂłn para alguien como vos. El "viejo" Almada llegĂł hasta la mesa, se sentĂł, tomĂł un puñado de pesos, los dejĂł debajo del menĂş y sorbiĂł un trago. En tanto, Ricardo y el barman mataban el tiempo con un juego de naipes. "ÂżMatar el tiempo? ¡QuĂ© ironĂa!" pensĂł el "viejo" mientras cerraba los párpados; le ardĂa la vista. —No sĂ© que la pasa al "viejo" hoy —comentĂł Ricardo—, está raro. Se acercĂł hasta la mesa, mirĂł extrañado las dos copas (una casi vacĂa, la otra llena), tomĂł el menĂş con el dinero y se retirĂł en silencio. No querĂa molestar. El "viejo" Almada parecĂa dormido.
Fuente: https://home.cc.umanitoba.ca/~fernand4/clases.html